vendredi 22 juillet 2016

Viernes de la XVIa semana ordinaria C: Maria Magdalena o la busqueda de Jesus...



Lecturas: 1ª lectura: Jer 3, 14-17
                Evangelio: Jn 20, 1-2. 11-18
Hermanos y hermanas,
María Magdalena es una mujer natural, humana, llena de sensibilidad, decidida, que tiene todo un camino atrás de ella. Ha sido pecadora, pero se ha convertido y cree en Jesús y le ama profundamente. Ha estado al pie de la cruz. Ahora está llorando junto al sepulcro. Se ve que es una persona que tiene una larga historia de amistad con Jesús. Es una mujer que anda con perseverancia y esperanza su camino de fe.
Pero su fe no es una fe perfecta, llena de certeza. Es una fe frágil, limitada, que vacila, que la hace llorar en momentos difíciles de su vida. Su fe es parecida a la de cada uno de nosotros. Se ve claramente que tanto ella como los demás discípulos no estaban demasiado predispuestos a tomar en serio la promesa de la resurrección. Eso se nota a través la interpretación que se le ocurre María Magdalena, ante la vista de la tumba vacía de Jesús. De pronto dice que han robado el cuerpo de su Señor, y está dispuesta a hacerse cargo de él, si le encuentra. La tristeza, las lágrimas no la dejan ver al Maestro. Pero Jesús estaba ahí presente, sonriendo, feliz con el encuentro de una persona que conocía muy bien.
Esa falta de fe se nota también en las diversas apariciones del Señor después de su resurrección. Sus discípulos que compartieron su vida durante tres años no le reconocen fácilmente. Unos lo confunden con un caminante, otros con un fantasma, y Magdalena con el jardinero. Es decir que el Resucitado no se ve como antes. Ha cambiado mucho y está en una existencia nueva. Se puede ver sólo con un ojo de fe.  Y los que se encuentran con él quedan llenos de alegría y su vida cambia por completo.
Pero lo que llama nuestra atención es sobre todo el amor de su Señor. En efecto, desde que descubrió a Jesús y que fue liberada, no puede soportar de vivir sin Él. Es por eso que muy temprano se pone a su búsqueda. Y el Señor cada vez se hace presente en momento de duda y de desesperanza, nos llama cada uno por su nombre para asegurarnos que está a nuestro lado. Magdalena le reconoce cuando Jesús pronuncia su nombre: «María». Inmediatamente María reconoce la voz del Buen Pastor conoce a sus ovejas una a una. Es la experiencia personal de la fe. En efecto, la fe siempre es personalizada, tanto en la llamada como en la respuesta.
Ayudados por nuestra propia experiencia de fe, sabemos que también a nosotros el Señor nos ha mirado y ha pronunciado nuestro nombre, llamándonos a la vida cristiana. Y nosotros nos hemos dejado convencer simplemente por esa llamada. Desde hoy, como María Magdalena, somos enviados a anunciar la buena noticia. Pero sólo será convincente nuestro anuncio si brota de la experiencia de nuestro encuentro personal con el Señor. Como María Magdalena ha quedado transformada por su encuentro con el Resucitado, seremos testigos que la contagiamos a nuestro alrededor.
Claro que nosotros no acabamos de ver ni reconocer al Señor en nuestra vida, mucho menos que los discípulos a quienes se apareció. Pero en la Eucaristía que celebramos cada día, tenemos cada día un encuentro con el Resucitado, que nos habla y nos transmite su propia vida. Es la mejor aparición, que no nos permite envidiar demasiado ni a los apóstoles ni a la Magdalena. Pidámosle a Santa María Magdalena que nos alcance del Señor su amor y su perseverancia en buscarle. Y que ya que a ella, antes que a nadie, le confió la misión de anunciar a los suyos la alegría pascual, nos conceda la alegría de anunciar siempre a Cristo a los demás.
Sébastien Bangandu, a.a.

Aucun commentaire: